6.12.10

...Y no lograr respirar

Cómo duele. Cómo duele la eterna caricia de un interrogante. Cómo duele la duda de tu mirada traspasando y derrumbando con patadas todas mis barreras... Tan seguro de cada paso, de a qué ladrillo golpear para derribar toda mi
fuerza. Ahí sin detenerte ni un segundo: conociendo el recorrido cómo conoces la seguridad de tus preguntas.

Y es que no logro comprender que todavía no seas capaz de entender que nuestro mundo se desmorona cuando me miras desde el otro lado de la habitación. Que todavía conserves la costumbre de deshacerme de mi propia respiración cuando nos cruzamos, aunque el mismo aire llene nuestros pulmones. Esa puta costumbre de temer sentirme tan pequeña cuando tus dedos finos se enroscan de una forma tan sútil e inevitable con los míos... cuando se enroscan, sin quererlo, dentro de mi mano y me vuelves a adherir al adoquín. Esa jodida manía de de empujarme a ras de suelo cuando mis omóplatos sienten que se acerca el aura de tu cabello y mi piel espera que le sigan tus yemas, tus comisuras de las que tantas veces he visto brotar esas sonrisas que me atormentan y no me dejan dormir. Todas esas que borran la belleza de las estrellas en mis noches sin sueño y funden todo el frío del mundo. Las que recorren mi cuerpo al ritmo de tus latidos hasta solidificarse en mis dedos para obligarlos a escribirte. A escribirte todas esas palabras silenciadas y con
el freno puesto entre mis costillas. Para escribirte todas esas sonrisas y manos debajo de sábanas a cuadros, de viejos colchones a la medida de nuestras siluetas. Para escribirte todas esas tormentas y suspiros atropellados al sentir que te doy mi mundo cuando me miras así... cómo siempre. Al amar y anhelar esa sensción de tormenta cada vez que tus sentidos chocan contra los míos hasta congelar mis pulmones...

Aunque tú no quieras entender que así no puedo respirar, ni al recordar cada una de las palabras calladas de tus ojos que parecen haberle robado espacio a algún pedazo de mí.

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