12.11.10

Odio

Miró al frente y distinguió una silueta borrosa. No le dio importancia. “Será algún reflejo”, pensó.

Salió del baño con calma y volvió a hacer su cama, que todavía olía a todo aquel perfume que desprenden los amores taciturnos con billete de ida y vuelta; a esa espiral de huir, encontrarse y perderse… Y así constantemente, como una noria que siempre regresa al mismo punto de partida.

Volvió al baño. La silueta continuaba allí y esta vez parecía demasiado real, tan real como para no querer marcharse de aquel lugar.

Frente a ella había alguien, su rostro le resultaba familiar, pero no podía recordar quién era. Demasiados excesos y todavía ni siquiera había comenzado la tarde.

Miró detalladamente su menudo cuerpo. Era una mujer extremadamente delgada y de pose desgarbada, podía distinguir perfectamente todos los huesos que formaban su cuerpo, incluso algunos moratones que asomaban por sus brazos, al final de las mangas de color gris que permanecían arremangadas prácticamente a la altura de sus codos, aunque la del brazo derecho iba cayendo cuidadosamente, deslizándose sin remedio hasta su huesuda muñeca.

Tenía el pelo enredado. Llevaba una cola en su escasa melena de cabellos frágiles y finos, pero aquella goma cedida y deshilachada sujetaba poco, el resto caía por su frente, ocultándole bajo aquel espeso manto de tono marrón oscuro, mezclado con un aire entrecano, su rostro. Aún así, podía distinguir una cara de aparente silueta esbelta de rasgos finos y nariz chata y unas grandes ojeras bajo sus ojos, unos tan estremecedores como inmensos ojos negros.

Unos ojos que no tenían ninguna expresión, tampoco ningún brillo... Parecían estar ahí únicamente para ver.

Siguió mirando a aquella mujer durante minutos, tal vez horas, sin cruzar palabra. El tiempo parecía haberse detenido en aquel preciso momento, desde que empezó a perderse en aquel cuerpo que parecía tan irreal.

Observó todos sus escasos y delicados movimientos, cada respiración agitada, cada mirada. Hasta parecía saber lo que aquella extraña pensaba en cada momento. El hecho de parecer estar conectada con los sentimientos de aquella mujer que prácticamente era una sombra le provocaba escalofríos. Le provocaba escalofríos el hecho de saber lo que sentía una mujer que parecía tan torturada, tan ajena a todo lo que no perciben los sentidos. El hecho de entrar en contacto con el interior de un ser que no parecía estremecerse ante nada, que ni siquiera parecía sentir. ¿Cómo podía percibir todo con tanta intensidad y no mostrarlo? ¿Cómo podía percibir todo con tanta intensidad transmitiendo todo lo contrario? No lograba entender cómo había logrado aquello, que la entendiera a la perfección y que sus energías se hubieran mezclado tras horas contemplándola sin haber sentido absolutamente nada, sin haber dado un brillo distinto a su mirada… ¡ni tan solo un brillo! La compasión que había comenzado sintiendo por ella se tornó en temor.

La observó tanto, intentó tanto entenderla…. Que el temor se disipó y llegó a odiarla. Odiaba su silencio; su arrogancia incomprensible y callada, siempre a destiempo, el egoísmo que se escondía en aquella soberbia... No sabía si odiarla o compadecerla. Parecía que algo no iba bien en ella. Aquellas ojeras, aquel rostro sin ninguna expresión, aquella mirada hueca que parecía no haber amado jamás, ni tan solo observado... ¡no podía ser humano! Odiaba su frialdad y, a la vez, lo sentía, lo sentía tanto... Sentía tanto que fuera así, que pudiera ser capaz de contemplarla sin inmutarse, sin cambiar la mirada en sus ojos.

Pero nada importaba entonces, seguía así, horas y horas... Quería decir algo, cualquier cosa, maldecirla o ayudarla, un insulto o unas palabras de aliento... Pero no podía, un escalofrío recorrió su cuerpo. Un escalofrío al ver a un ser que no sentía, al ver a un ser completamente vacío... No podía luchar contra alguien tan frío, alguien tan egoísta. No le cabía en la cabeza que pudiera existir incluso alguien más egoísta que ella.

Sintió un profundo odio, como jamás lo había sentido.

Sintió un profundo odio de su reflejo.

…Y cogió el espejo del baño, lo descolgó, y lo tapó con una antigua sábana cubierta de polvo que encontró en su viejo desván.

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