1.11.10

Salir

Me desperté temprano una mañana, metí un par de cosas en una vieja mochila y me marché. Sentía que debía hacerlo; debía marchar. Tú me dirás que huí, puede que sí. Tenía que huír. Huír de verdades a medias, de cuentos de hadas con final inesperado y estrellas demasiado altas.

Anduve lunas, anduve mares, anduve sendas entre pinos, anduve bosques. Nadé. Nadé mares, nadé ríos, lagos, estanques... Y, lo reconozco, nunca desvíe mi vista del frente, de mi camino. Nunca me giré ni miré a otro lado que no fueran las piedras bajo mis pies, no quise saber si venías tras de mí. Sentí unas extrañas cadenas invisibles sobre mí que me obligaban a retroceder mi vista, quizás incluso a retroceder mi camino. Luché contra esas cadenas invisibles, quizá también inexistentes, y me agoté, pero aprendí a remontar a cada segundo.

Sabes que nunca he buscado demasiado alto, yo sólo he mirado lo real. Y siempre que te miraba chocabas contra el marco de la puerta, jugabas con la luna y nunca me bajaste ninguna estrella. Yo sólo quería tocarte, tenerte, dormirme en tu pecho, enredarme en tu pelo, perderme en tus brazos... poder soñarte, y soñarte tu mirada. Quería mirar tus ojos, saberte... pero nunca me dejaste conocerte.

Continué andando, ¡anduve tanto...! Anduve tanto que, quizá, sólo quizá, hubiera llegado a ti. Anduve tanto que mis pies ya no parecen caminar, que mis manos yacen dormidas, cubiertas de escarcha y tierra, trémulas de un híbrido entre esperanza y desazón, de un deseo ya adormecido y olvidado. Anduve tanto que ahora solo quiero pisar fuerte, sintiendo que el suelo se agrieta bajolas vencidas suelas de mis zapatos, convenciéndome de que nunca se derrumbará. Mis suelas también vencidas a las rocas y las ganas. A los baches y al vacío. Vencidas a los signos de interrogación.

Seguía caminando, sin destino, sin motivos, sin por qués. No quería un destino, no quería preguntarme el por qué y, mucho menos, respóndermelo. Quería vivir cada segundo de aquella, tan bella cómo ruinosa, travesía que yo mismo había trazado con mis pasos y creado con mis miedos, o quizás la falta de ellos...
Y toqué las estrellas bajas entre la niebla, toqué el cielo, vi arbustos a mi alcance, solo con estirar el brazo estaban allí, podía sentirlos. Nadé en aguas heladas y cristalinas, con aquella fina capa de hielo ardiente que se deshacía con tan solo sentir el roce de mi cuerpo frágil y escurridizo... quién sabe, quizá fueran cómo tus ojos.

Anduve, anduve más. Tan sólo fui caminante, no fui ningún buscador, tampoco ningún viajero. Caminante de algo, no sé el qué, quizás un motivo con falta de razón, un motivo desconocido que no quería conocer. Caminante de un destino, un recuerdo. De un futuro... un pasado.
Volví a sentir aquellas gruesas cadenas sobre mí que parecían ya oxidadas, habitadas por el paso del tiempo y mi mirada esquiva. Las volví a sentir pesadas sobre mis ombros, azotándome la espalda cómo si estuvieran intentado decirme algo.
De nuevo luché incansablemente contra ellas, imponiendo mi desconocido destino a sus recuerdos cobrizos cubiertos de óxido. No lograron arrastarme ni un solo centímetro, aunque cada vez parecían estar gritándome con más intensidad.

Anduve más, miles de kilómetros inconmensurables... y alguien se adelantó a mi paso. Adiviné, entre helechos, un pelo enmarañado, un extraño brillo. Solo entonces me di cuenta de que me miraba a los ojos, ahí delante, el otro mal pasajero del camino infinito; el motivo de mi marcha, el mismo que me lanzaba las cadenas sin saber que nunca me han gustado los nudos, ni siquiera entre sábanas... ni tan solo en las ajenas. Aparté la vista, no quise admitir, no quise obviar, ni continuar adivinando... no quise saber, ni conocer. No quise motivos.

No hay comentarios: