30.10.10

Cuentos de princesas

Y se sintió princesa al bajar el primer escalón.

Después de horas frente al espejo, se había decidido por su vestido largo negro, de un tejido tan delicado como pétalos de amapola que hacían obvias sus finas medidas, y un elegante recogido en su larga cabellera sedosa, que aquel día parecían frágiles hilos de oro.

Bajaba las escaleras lentamente y sonriente, pero insegura, insegura y nerviosa por precipitarse a imaginar lo que le esperaba al otro lado de la larga escalera de piedra de escalones bajos y anchos. Se arremangaba la falda del vestido mientras, con su otra mano, agarraba sin fuerza la firme barandilla de madera de roble e intentaba mirar al horizonte, con una mirada de niña, brillante; un brillo inocente y feliz. Aquellos ojos reflejaban la certea de que la alegría no es algo efímero. Reflejaban la felicidad absoluta.

Sus zapatos de charol resonaban en toda la enorme casa y el eco llegaba al salón, la meta de su recorrido. La casa estaba vacía, exceptopor ella y la persona que la esperaba en la otra punta de la escalera, justo dónde empezaba dicha sala. Se imaginaba a esa persona vestida elegante, apoyada en la baranda de la escalera y mirando impaciente el reloj, que parecía haberse detenido en aquellos instante.También imaginaba que, al escuchar el tacón de sus zapatos bajando con cuidado los escalones y rozándolos dulce pero de forma firme, levantaría, en un gesto distraído, su mirada y la miraría.

La miraría con el mismo brillo que dominba su mirada entonces, y la misma sonrisa que ocupaba su rostro. Esta idea hizo crecer, aún más, su sonrisa y ese brillo especial que desprendía ese día. Al imaginar lo que suponía el fin, del que entonces parecía un largo trayecto, que la llevaría a la planta de abajo, se apresuró sobre sus pasos. Podía notar su corazón acelerarse a medida que se acercaba el final. Cada vez faltaba menos. Al final de aquel viaje la esperaba la felicidad eterna. Se miró, por última vez, al espejo mientras hacía unos últimos arreglos a su peinado, se ponía de perfil mientras sonreía mirando, de reojo y de forma picarona, al espejo. Tomó aire, respiró profundamente y bajó los últimos escalones.

No estaba. Su príncipe no la estaba esperando. No había nadie mirando el reloj, contando los segundos que faltaban para verla. Al final de su trayecto sólo la esperaba el silencio. Estaba sola.

Ya no se sentía la princesa que creyó ser al principio. Ya no era como en los cuentos.

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