12.3.11

Ocaso

No puedes culparme de eso, no, y lo cierto es que yo tampoco puedo culparte a ti, aunque me gustaría, y no sabes cuánto me gustaría odiarte, ¡poder odiarte! No puedo culparte de que estuviéramos hambrientos de dos soles distintos, de que yo anhelara la luna y tú el sol, que los dos buscáramos en diferentes ocasos y, ¿sabes? Sí te culpo de eso, e intento odiarte por eso, tú sólo veías que yo amaba los atardeceres y tú el amanecer, no viste que los dos adorábamos a un ocaso. El olor, frente al mar, era exactamente el mismo cuando empezábamos a divisar los primeros rayos de sol que cuando se escondía tras luces rojizas en el infinito. ¿No te diste nunca cuenta?

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