4.2.11

Luna

Todo se apagó. Excepto por los destellos plateados que cubrían el suelo del Mundo, que se dejaban deslizar entre las ramas de los árboles, que hacían el amor con cada piel, cada cabello. Aquella luminosidad se convertía en niebla deslumbrante, en agua, en viento... Heladas gotas de color plata empapaban cada calle, cada persona, cada sueño, cada noche, cada día... Y cada vida. El Mundo lloraba plata y atravesaba toda ropa que se interponía en su recorrido hasta el suelo, provocando frías punzadas a cualquiera que se cruzara con esas mágicas lágrimas. Helando hojas, cubriendo ríos... Atravesando noches sin sueño en París, días en la calle bajo el sol abrasador de La Habana, acunando nostalgias en Berlín.

El Mundo parecía haberse detenido en aquel preciso instante en que no dejaba de llorar, en que el globo se camuflaba entre el fulgor plata de las estrellas... y a nadie parecía importarle.

Mientras tanto, Daniela seguía en su cuarto, sentada en aquella silla de color rosa que la había acompañado desde su infancia, junto a la pequeña mesa, debajo de la ventana circular. Esperaba que aquella noche las musas se acercaran y la rozaran con su suave aura.
Aquella pequeña buhardilla revestida de madera era dónde la joven se refugiaba del mundo para sumirse y nadar en el suyo propio. Era dónde se enfrentaba, cara a cara, con la soledad, sus recuerdos y sus anhelos, sus esperanzas y sus ganas. Con su yo más recóndito. Dónde se encontraba con lo único que necesitaba; sus libros y aquellos pedazos de papel, a pesar de que siempre repitiera su poco acuerdo con la literatura, pues para ella lo importante de las palabras era su significado y no su forma. Lo único que importaban eran los sentimientos, las emociones… y no la cuidadosa y estratégica forma en la que se disponían sobre un folio, cómo si ese don se tratara de una simple y llana operación matemática.
De hecho, aquello era todo lo que había en aquella alcoba de cálida apariencia. Para Daniela aquellas hojas cuadriculadas eran ya una parte de sí misma, quizás la más importante. Era una parte de sus sistema motor, de su equilibrio físico y psíquico. Era una parte de su sistema muscular, una prolongación de sus extremidades y de su ser. En aquellos espacios en blanco que se convertían en lienzos, podía entender mejor a los demás y entenderse a ella misma, conocerse y, si así lo quería, incluso huir de ella. Caminar hacia atrás, retroceder sobre sus propios pasos y sobre sus propios caminos, borrar sus trazos y volverse a dibujar si lo creía necesario… Por no hablar de levantar siempre más fuerte, avanzar y continuar avanzando. Podía entender al mundo del que, día tras día y minuto tras minuto, procuraba escapar. Podía hacer abstracto lo real.
De aquella forma podía expresar los sentimientos que más escondidos habitaban en ella, sin ni tan solo saber de su existencia.
Y sus libros… sus libros eran ciencia. Eran la ciencia exacta de cómo apretar sin asfixiar, cómo suaves y deslizantes lazos de seda. Eran la ciencia de cómo sujetarla sin coartar su libertad, cómo levantar permitiéndole también caer, cómo conocer vidas sin dejar de lado la suya. De cómo crear recuerdos sin olvidar los suyos, de cómo desear sin anhelar. Sus libros eran la ciencia exacta de cómo querer sin llegar a amar, de cómo amar sin necesidad de herir. Sus libros eran lecciones de cómo acariciar, traspasar, derrumbar, pisar… Sus libros eran la fuerza, todo su coraje y también la libertad que le permitía equivocarse, caer, herirse, anhelar, olvidar… De hecho, siempre los había comparado con un perfecto amante.

Había dejado, por un instante, el bolígrafo sobre la libreta cuadriculada que tenía abierta por la mitad. Dejó a su compañera de soledades y libertad descansar sobre su escritorio para contemplar aquel espectáculo único en el que la Tierra se había bañado en plata, brindando un extraño color acre a las aceras en combinación con la luz intermitente de los faroles que se sostenían a varios metros sobre el suelo húmedo.

El grueso vidriado de la cristalera de su habitación prácticamente la cegaba e iluminaba su frío rincón, haciendo incluso visible el grueso marco marrón oscuro, de madera maciza, que rodeaba el cristal por dónde observaba aquel único escaparate a la vida. Tampoco era difícil intuir el techo abovedado de su alcoba y sus vigas agrietadas, haciendo sombra a su lecho cubierto por una majestuosa y reluciente mosquitera de un inmaculado color blanco.
Las impetuosas sombras sobre las paredes blancas parecían dibujar extrañas lágrimas bailando en perfecto compás con aquel rocío vehemente; se habían convertido en una curiosa sucesión de diapositivas inquietantes. Y es que parecía que aquellos cuatro tabiques se habían puesto de acuerdo con el universo para entonar aquella sinfonía de luz.
La inquietaba también el silencio. Aquel silencio tan espeso y ruidoso, parecía que iba a poder tocarlo y hacerlo pedazos de un momento a otro. Aquel silencio imperante. Ni tan solo el enérgico viento parecía gritar, ni el agitar de las hojas verdes de los árboles, ni las lágrimas al chocar con todo lo que encontraba a su paso. Era un silencio fantasmal y turbador de no ser por el continuo crujir de la madera del suelo y las paredes de su habitación. Por el crepitar de las aberturas de las vigas.

Desde su pequeño ventanal de madera, tan sólo podía distinguir algunas ramas agitándose a merced del viento. Podía ver cómo las luces entrecanas centelleaban y caían acariciando las ramas, haciendo el amor de forma furtiva con los frutos, escurriéndose disimuladamente entre las hojas húmedas, cubiertas de escarcha, hasta fundirse de forma sinuosa con el suelo blanquecino.

Daniela apagó la incandescente vela roja que iluminaba cuidadosamente algunas de sus frágiles curvas, otorgando un aroma de cera quemada a su pequeño santuario alejado de todo y se dispuso a abrir la ventana de par en par. No sin antes despojarse de su largo camisón de raso que dibujaba pequeñas arrugas ante cualquier sutil movimiento, haciendo que fuera prácticamente innecesario imaginar sus curvas y su cuerpo. Incluso se dibujaban disimuladas arrugas en él al removerse por el placer que le producía aquel cálido frío que le recorría el cuerpo en forma de agradables escalofríos, cuando se revolvió para notar, de forma más clara, las gotas de agua sobre su piel, acariciándola con suave crueldad.
Notaba el frío punzante en su pecho, el viento agitado en el rostro, entrecortándole la respiración y poniéndole la piel de gallina… Pero sintiendo la más absoluta libertad sobre cada poro de su cuerpo. Sintiendo que la libertad, la auténtica, esa de la que hablan todos esos libros, en aquellos momentos había encontrado cobijo en ella… y la hacía sentir cada hueso, cada músculo.
Notaba la brisa de la madrugada erizándole el finísimo vello que cubría todo su menudo cuerpo, cómo frágiles caricias de trozos de vidrio. Aquellas lágrimas centelleantes también se escondían entre su clara oscura ondulada, que caía serpenteante sobre sus hombros mientras delicadas gotas se deslizaban entre aquellos finos hilos negros, acariciándole con suavidad el contorno de su torso, hasta llegar a su cintura para, segundos más tarde, dibujar el filo de sus caderas. En su carrera llegaban hasta su vientre y se escondían en su ropa interior sin pedir ningún permiso.

Pudo notar el olor a tierra mojada, escuchar el rugir del viento, saborear la salitre del mar, tocar el agua y sentirla rozando su piel hasta agitarse en grandes escalofríos. Incluso sintió el frío glacial colándose, poco a poco, dentro suyo. Sintió aquellas humildes casitas rodeando la colina, aquellas calles vacías con el suelo cubierto de piedras y un eterno y resonante eco. Sintió aquella carretera desierta bajo su casa avivando recuerdos... y aquella gran luna que reinaba sobre ella. Aquella luna iluminando el camino.

Aquella luna que tan bien conocía, que tantas noches le había robado el sueño. Antaño... todo se resumía con esa palabra que tanto la entristecía y que desprendía aquel gusto a añoranza.
Antaño era tristeza. Antaño eran recuerdos. Antaño eran nostalgias, melancolías, anhelos... Recuerdos siempre mejores. Y recuerdos era lo único que necesitaba para encender de nuevo la vela centelleante y coger el bolígrafo entre sus dedos.

"Luna, ¿Qué tal? Han pasado ya muchos años, no sé si te acordarás de mí. Yo, ya ves, no me he podido olvidar de ti... De hecho sigo aquí, cómo siempre. No sabes cuántas veces te he escrito.. ¿o sí?. Siempre he pensado que, desde algún lugar y de alguna forma, me ves y controlas mis pasos, quizás eres esa energía que me empuja hacia atrás cuando tropiezo para evitar hacerme caer de bruces. Dicen que todos tenemos un ángel de la guarda, ¿no es así? Y dicen que todo es energía, y yo creo que eso puede mover y paralizar el mundo casi al mismo tiempo. La energía es voluntad. Es fe. Fuerza.
Y el caso es que aún recuerdo aquella niña que miraba al cielo y al verte recordaba, y lloraba. Cómo pretendía alcanzarte, tocarte y sentirte. Siempre imaginé que arderías y que, en realidad, siempre notaría parte de tu fuego helado, cómo si un pedazo de ti se quedara en mí. Recuerdo cómo me hacías soñar; soñaba con volar, con príncipes imposibles e historias de cuentos de hadas. Recuerdo cómo, cada noche, te quedabas junto a mí y me acunabas con tu luz hasta que el sueño me vencía..."


Daniela hizo una pausa para mirar de nuevo aquel espléndido paisaje. Ya toda la hierba brillaba al enredarse con aquellas argentadas lágrimas, no era necesaria ninguna luna para crear caminos. Aquella noche los poetas no tenían por qué dedicar sus líneas al astro que se había ganado a pulso el papel de musa.
Aquellos hilos de plata cubrían ahora toda su vista y ocultaba a la luna en una imagen borrosa. Sacó la mano por la ventana... ardía su frío. La luna había llorado sobre su mano.

"...y hoy te miro y sigo soñando, y sigo llorando... y hoy lo hago por ti. Hoy estás llorando y el mundo se bautiza en agua plateada. Hoy llueve y siento tus lágrimas en mi pelo, rociando mi cuerpo. Hoy he estado, por fin, cerca de ti. Y tengo que decirte algo… eres exactamente cómo siempre te he imaginado. Cómo siempre te he escrito y cómo siempre te he soñado.
Hoy lloro por ti, porque a veces no recordamos que tú también sufres, y sientes, y vives... Hoy lloro porque eres la que vela por todos nuestros sueños y angustias, la que nos mece en las noches en que no conciliamos el sueño. Tú guardas todos nuestros secretos y tragedias. Protagonista de besos de despedida. La musa de todos los poetas de medianoche. Guía de perdidos y vagabundos. Olvidada de día… la añorada en noches cómo las de hoy; noches tristes, noches frías, solitarias. La princesa de los pesares, reina de las nostalgias. La que guarda, noche tras noches, todas nuestras desdichas… y tus lágrimas hoy no parecen importar.
Hoy lloro porque, aunque tú también lo hagas, me siento cómo aquella niña de entonces. Hoy te he mirado y he soñado con volar, con príncipes imposibles e historias de cuentos de hadas. Esta noche quiero que te quedes a mi lado. Esta noche quiero que vuelvas a arroparme."


Cuando por fin Daniela se dispuso a dejar el bolígrafo sobre la mesa durante el resto de aquella madrugada, las hojas de los árboles se agitaban frenéticamente, incluso algunas ramas yacían partidas sobre el suelo inundado en charcos. El fuerte viento no cesaba su pelea con aquel incesante llanto, destrozando a su paso todo lo que fuera necesario.
Las lágrimas habían poblado de tal forma el cristal de su ventana, que ver a través de ella era una tarea prácticamente imposible. Todas parecían luchar de forma estoica por ganar aquella carrera hasta chocar contra el marco del ventanal redondo y deslizarse, costosamente, por la pared de piedra de la casa.
A aquellas alturas, las demás torres repartidas por la montaña eran siluetas borrosas de extrañas formas irreconocibles y el tono anaranjado que otorgaban las farolas a la pequeña urbanización, había cambiado por el plata y relampagueantes destellos.

Así que Daniela se dispuso a poner otro final en su texto. Luna ya no quería ser más la guardiana de amarguras que hasta entonces había sido. Tan sólo quería velar sonrisas.

"Hoy no lloro... hoy, sonrío. Te he tocado, he escuchado tu silencio y te he entendido. Hoy me he puesto en contacto con la naturaleza, he leído los labios de la Tierra y he hecho material lo que ningún sentido puede captar. Me ha despertado aquella niña que quiero seguir siendo..."


Todo quedó en calma.

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